PACTO SOCIAL:“No esperen que dos dirigentes puedan hacer todo. Creo que el entre todos va a exigir que muchos sectores, empresarios, sociales, medios, podamos celebrar un reencuentro, un contrato social que nos permita entender que no hay triunfos individuales si la realización de una sociedad no es colectiva”

Cristina Fernández de Kirchner, en Merlo, Provincia de Buenos Aires, 24 05 19.

jueves, 21 de noviembre de 2019

EDITORIAL: golpe de estado en Bolivia y situación en Chile





El golpe de estado en Bolivia es un balde de agua fría después del triunfo de la fórmula Fernández Fernández en Argentina, la liberación de Lula en Brasil y  las históricas luchas de Haití y de Chile en las últimas semanas. Más allá de la tristeza profunda que tenemos en estos momentos,  hay que destacar que a diferencia de los golpes de estado contra Mel Zelaya (2009), Fernando Lugo (2012) y Dilma Rousseff (2016)  sustentados en argucias judiciales y acciones del poder legislativo, este golpe es un golpe parecido a los de antaño. Se extermina al pueblo opositor a sangre y fuego, métodos que no tienen nada que ver con la guerra de quinta generación el lawfare -la judicialización de la política- que parecían ser los instrumentos “más civilizados” del siglo XXI.

Los días posteriores al golpe evidencian su capitalización por el neopentecostal y filonazi Luis Fernando Camacho con las huestes  del Comité Cívico Pro Santa Cruz de la Sierra y la presidenta autoproclamada Jeanine Añez.  La derecha neofascista ha relegado a segundo plano a la derecha neoliberal encabezada por Carlos Mesa. Muestra de ello son el uso de símbolos religiosos, la quema de la bandera de los pueblos originarios (Whipala), la agitación del anticomunismo y del racismo al grito de “no más Pachamama en el Palacio Quemado y sí a la Biblia y a Cristo”. Esta terminología nos recuerda la Inquisición y la colonización de América del Sur que, con la cruz y la espada, exterminó 10 millones de pobladores originarios de 1492 al 1520. El golpe en Bolivia muestra que el imperialismo está dispuesto a usar los golpes de viejo cuño para frenar la resistencia antineoliberal en Latinoamérica. Debemos estar alertas porque las oligarquías locales y el  imperio están dispuestas a volver  a matar, incendiar y encarcelar con la complicidad de  las fuerzas armadas para salvar del “comunismo” a “la civilización occidental y cristiana”.

La situación en Chile parece ser la antinomia de los sucesos de Bolivia. La arbitrariedad y el abuso de poder que el presidente potentado, Sebastián Piñera se tambalea. Este mandatario y su clase social,  que disfrutan desde hace décadas de todos los privilegios habidos y por haber,  fueron jaqueados  por un pueblo,  desarmado que ha estado poniendo el cuerpo a las balas. Esta gran explosión ha estado bullendo desde hace mucho tiempo bajo la superficie de la inestable falsa prosperidad que el neoliberalismo pretende imponer para seguir los mandatos el consenso de Washington que hasta ahora ha demostrado que el único derrame conseguido es de sangre.

Al comienzo de la rebelión social en Chile, el gobierno consideró que estaba en guerra “contra de un enemigo poderoso”. Hoy, a más de un mes del estallido social, parece ser que la guerra la está perdiendo. Y, por esa razón, llama a la Paz. Hacer este llamado es un absurdo político total, pues el país no está en guerra. Y, si fuera cierto que la paz social está siendo alterada, esto tiene una solución simple y breve, que el presidente Piñera y su gobierno, renuncien. Lamentablemente estos tiempos de hiper derechización con ajustes estructurales que desde hace 30 años vive Chile, han diezmado el Estado y han generado un tremendo estancamiento en la organización popular y una falta de proyecto político en la izquierda que se evidencia justo ahora. Esto demuestra que es imprescindible contar con una dirección para la lucha llámese, partido, vanguardia, organización o lo que sea. Es imprescindible construir este tipo de fuerza política tanto en Chile como en el resto de América latina en momentos en que Estados Unidos se  juega el todo por el todo en una  región del mundo, a la que considera su patio trasero, y donde todavía tiene el control de las elites y pretende la subordinación de los pueblos y la apropiación de los recursos naturales.


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